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Un acercamiento a la crisis climática centrado en los niños ya no puede esperar

  • Joni Pegram

“La humanidad está librando una guerra contra la naturaleza…Las consecuencias del asalto a nuestro planeta están obstaculizando nuestros esfuerzos para eliminar la pobreza y ponen en peligro la seguridad alimentaria. Ésta es una prueba épica a las políticas. Pero en última instancia, esta es una prueba moral…No podemos usar [nuestros] recursos para bloquear políticas que gravan [a las generaciones futuras] con una montaña de deuda en un planeta roto”.”— Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, 2020 

Fotografía de Markus Spiske en Unsplash. Viernes por el futuro: huelga mundial del clima durante las elecciones europeas, Erlangen, Alemania, 24 de mayo de 2019.
Fotografía de Markus Spiske en Unsplash. Viernes por el futuro: huelga mundial del clima durante las elecciones europeas, Erlangen, Alemania, 24 de mayo de 2019.

A medida que 2020 llegaba a su fin, los estragos causados por el COVID-19 continuaban resonando en todo el mundo, y a uno se le podría perdonar por perderse una noticia aún más aleccionadora: 2020 fue el año más caluroso jamás registrado, igualado sólo por 2016. Antes de que 2020 ocupara el primer lugar en la clasificación histórica, los seis años más calurosos de la historia de la humanidad se han producido desde 2014. 2020 nos ofreció eventos meteorológicos extremos que fueron desde furiosos incendios forestales en Australia, Estados Unidos y Siberia, a una temporada récord de huracanes en el Atlántico, de devastadores enjambres de langostas atravesando África oriental, Oriente Medio y Asia, a inundaciones extremas en China, India y Pakistán.

“Desde la educación hasta la salud, la seguridad alimentaria, el agua, los servicios sanitarios, la vivienda y la protección social, se debe hacer mucho más para incorporar medidas populares tanto para reducir las emisiones como para mejorar la resiliencia de los niños a los impactos climáticos, como componentes centrales en las estrategias y presupuestos de estos sectores críticos, con la adopción de un acercamiento integral a los sistemas.”

Los principales científicos del mundo nos advierten de que tenemos alrededor de una década para acelerar drásticamente las acciones con el objetivo de frenar el aumento de la temperatura global a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales, más allá de la cual los riesgos climáticos aumentarán significativamente. Sin embargo, los actuales compromisos asumidos por los países nos colocan en el camino de un aumento catastrófico de entre 3 y 5°C durante este siglo, y las economías más grandes del mundo están ocupadas en arrojar dinero en paquetes de recuperación COVID-19 que afianzarán, más que aliviar, el cambio climático.

Para los niños, lo que está en juego no podría ser más crítico. Según la revista médica The Lancet, los niños soportarán la peor parte de la crisis climática en “cada etapa de sus vidas”, y, basándonos en las trayectorias actuales, un niño que nazca hoy puede esperar, que para cuando tenga setenta años, vivir en un mundo con una temperatura de más de 4°C que el promedio preindustrial. La vida en la tierra sería literalmente irreconocible, con franjas enteras del mundo inhabitables.

De hecho, la crisis climática es verdaderamente una crisis de derechos del niño, y para cientos de millones de niños en todo el mundo, en particular para aquellos que viven en condiciones precarias, afectados por la pobreza u otras fuentes de marginación socioeconómica, sus impactos ya se están sintiendo de manera visceral. Dejando de lado los impactos climáticos que ocurrirán cada vez con mayor frecuencia a lo largo de su vida, los niños cargan, de manera desmesurada, con los daños relacionados con el clima en el aquí y el ahora. Sequías, inundaciones, clima extremo y el aumento de las temperaturas socavan sus derechos más fundamentales, desde el acceso a los alimentos y al agua potable, a la educación, a la vivienda y a la protección contra la explotación, la violencia y el abuso y, frecuentemente, su propia supervivencia. Según UNICEF, 160 millones de niños viven en zonas de alta sequía y medio billón de niños (casi una cuarta parte de la población infantil del mundo) viven en zonas de muy alto riesgo de inundaciones. Como grupo, los niños tienden a constituir una mayor proporción de la población total en los países altamente vulnerables al cambio climático, y las proyecciones demográficas parecen estar en camino de acelerar esta tendencia. Se prevé que la población de África, por ejemplo, se triplique para el 2100.

Tal vez lo más significativo es que los niños se ven afectados desproporcionadamente porque, como señala la OMS de forma sencilla: los niños no son pequeños adultos”. El rápido desarrollo de sus cuerpos y mentes los hace especialmente vulnerables al tipo de riesgos relacionados con el medio ambiente a los que las fluctuaciones del clima están contribuyendo, y al mismo tiempo, impulsan. Éste es particularmente el caso entre el nacimiento y los cinco años.

Por ejemplo, alrededor del 30% de la población mundial está expuesta cada año a oleadas de calor que amenazan la vida, y para 2100, esta cifra podría elevarse hasta el 75%. Los niños pequeños son particularmente vulnerables, al ser menos capaces que los adultos de regular su temperatura corporal.

Se han documentado los efectos catastróficos de la contaminación del aire en los pulmones, corazones y cerebros de los pequeños en desarrollo, tanto por los combustibles fósiles que empujan el cambio climático, como por la mayor intensidad de los incendios que estos generan, lo que contribuye a la muerte de alrededor de 600,000 niños menores de cinco años al año y conlleva a una serie de formas permanentes de daño para aquellos que sobreviven. La mayor frecuencia respiratoria de los niños, su tendencia a pasar más tiempo al aire libre y la concentración de contaminantes a nivel del suelo los hace particularmente vulnerables.

En muchas partes del mundo, la desnutrición, responsable de casi la mitad de todas las muertes de niños menores de cinco años, se está agravando por los impactos del cambio climático en la seguridad del agua y los alimentos. La desnutrición en los primeros 1,000 días de vida puede causar un retraso irreversible, lo que conduce a un desarrollo físico y mental deficiente con efectos de por vida y con ramificaciones para la sociedad en general. La desnutrición aumenta la susceptibilidad a las enfermedades infecciosas, y se estima que aproximadamente el 90 por ciento de los impactos en la salud relacionados con el clima, incluido un aumento de la prevalencia de enfermedades vectoriales y transmitidas por el agua, como el paludismo y la diarrea, afectan a los menores de 5 años.

Más allá de los impactos en su desarrollo fisiológico, el cambio climático tiene un grave impacto en la salud mental y el bienestar de los niños, así como en su educación. Después de los huracanes Katrina y Rita, se estima que más de 5,000 niños fueron separados de sus familias, poniéndolos en peligro de un inmenso traumatismo mental, así como de mayores riesgos de protección. El desarraigo y la alta incidencia de síntomas de TEPT (Trastorno de estrés postraumático), combinados con la destrucción de la infraestructura escolar esencial, se han relacionado directamente con peor rendimiento académico, problemas de comportamiento y tasas de abandono escolar más altas después de eventos climáticos extremos.

Para agravar la injusticia de estos serios impactos e inequidades se presenta el hecho de que los niños, en particular los más jóvenes, no tienen voz para influir en las políticas o en las acciones que están dando forma fundamental a su bienestar y perspectivas de futuro, mientras que los responsables de la toma de decisiones siguen navegando más allá de los umbrales y límites críticos que se han establecido sobre el cambio climático durante décadas de negociaciones mundiales. Las históricas huelgas escolares dirigidas por niños y una ola de litigios climáticos, también dirigidos por niños, a nivel nacional e internacional han ayudado a alterar el statu quo, pero aún no hemos sido testigos de una consideración significativa de las vulnerabilidades, necesidades y perspectivas particulares de los niños en los marcos climáticos a nivel nacional o internacional. Solamente uno de cada cinco de los planes climáticos nacionales bajo el Acuerdo de París para el cambio climático a nivel global adoptado en 2015 menciona a los niños y cuando se les hace referencia se presenta de manera superficial y descriptiva. Esta omisión flagrante apunta a una falta subyacente de análisis y atención a un segmento de la sociedad que, no obstante, comprende un tercio de la población mundial.

“Para agravar la injusticia de estos serios impactos e inequidades se presenta el hecho de que los niños, en particular los más jóvenes, no tienen voz para influir en las políticas o en las acciones que están dando forma fundamental a su bienestar y perspectivas de futuro, mientras que los responsables de la toma de decisiones siguen navegando más allá de los umbrales y límites críticos que se han establecido sobre el cambio climático durante décadas de negociaciones mundiales.”

A todos los niveles, uno de los principales desafíos es que, por un lado, los que participan en la formulación e implementación de políticas y acciones sobre el cambio climático, y por el otro, los que se ocupan de los niños y los sectores relevantes para la infancia, tienden a trabajar en silos, lo que conduce a un bajo nivel de conciencia y consideración del nexo íntimo entre estas dos agendas. La escasez de datos desglosados que podrían arrojar luz sobre los riesgos específicos a los que se enfrentan los niños a nivel local y nacional es tanto el resultado como la causa, lo que dificulta el desarrollo de intervenciones personalizadas y eficaces. Otro obstáculo decisivo es la falta de voluntad política para emprender reformas transformadoras a largo plazo y que realmente se requieren para salvaguardar el bienestar de los niños y las generaciones futuras, en particular en el contexto de ciclos políticos cortoplacistas, que favorecen el crecimiento a cualquier precio.

Los defensores y profesionales de los derechos del niño han sido lentos en el arranque, pero hay signos alentadores de cambio, sobre todo gracias al activismo de los propios niños. Los niños deben integrarse significativamente en las políticas climáticas, y las intervenciones específicas necesarias que se deben desarrollar son imperativas y deben ir acompañadas del financiamiento necesario.

Al nivel más general, esto significa que las medidas urgentes para limitar el calentamiento a un máximo de 1,5 °C ya no pueden ser tratadas como un desafío ambiental técnico, sino como una de las intervenciones de derechos del niño más básicas y esenciales que están a nuestra disposición. Los beneficios de la ambiciosa acción climática son múltiples y se experimentarán casi inmediatamente y por igual en los países desarrollados y en vías de desarrollo, desde un aire más limpio hasta unas dietas más saludables, pasando por más actividad física y un mayor acceso al espacio verde, lo que mejorará significativamente la calidad de vida de los niños.

Al mismo tiempo, dado el calentamiento que ya está “horneado” de manera indisoluble al sistema de la tierra, se debe prestar mucha más atención para aumentar significativamente la inversión en adaptación y reducción del riesgo de desastres, es decir, medidas diseñadas para ayudar a las comunidades vulnerables a prepararse y a capear los efectos del cambio climático que no se pueden evitar.

“Las medidas urgentes para limitar el calentamiento a un máximo de 1,5 °C ya no pueden ser tratadas como un desafío ambiental técnico, sino como una de las intervenciones de derechos del niño más básicas y esenciales que están a nuestra disposición.”

Desde la educación hasta la salud, la seguridad alimentaria, el agua, los servicios sanitarios, la vivienda y la protección social, se debe hacer mucho más para incorporar medidas, tanto para reducir las emisiones como para mejorar la resiliencia de los niños a los impactos climáticos, como componentes centrales en las estrategias y presupuestos de estos sectores críticos, adoptando un enfoque integral de los sistemas.

Por ejemplo, el empoderamiento de los propios niños, a través de la educación climática y ambiental, incluyendo las habilidades ecologistas y la preparación ante desastres, es una medida simple pero transformadora que puede salvar vidas mientras prepara a los niños, incluso desde una edad temprana, para ser agentes activos del cambio en sus comunidades, ayudando a abordar el riesgo y a adoptar la transición necesaria a estilos de vida sostenibles. Más allá de la integración en los planes de estudio y la formación de los profesores, un enfoque holístico implica examinar cómo los sistemas educativos per se pueden volverse más resistentes al clima y ambientalmente sostenibles, desde infraestructuras que sean  capaces de soportar condiciones climáticas más extremas, hasta el uso de paneles solares para la iluminación y la energía que pueden reducir la contaminación tóxica y las emisiones, al tiempo que amplían las horas de aprendizaje e incluso ofrecen oportunidades para reforzar el acceso a otros servicios esenciales, como bombas de agua alimentadas por energía solar y mayor conectividad digital.

La vida tal como la conocemos puede haber sido alterada por la pandemia, pero la escala de la emergencia climática que se desarrolla empequeñecerá esta interrupción en todas sus dimensiones. Nos corresponde a todos usar cada mecanismo a nuestra disposición, y en palabras de Greta Thunberg, actuar como si nuestra casa estuviera en llamas, porque lo está.

Joni Pegram es fundadora y directora del Project Dryad, una organización independiente dedicada a integrar los derechos de los niños en el clima y a procesos de política ambiental más amplios, la toma de decisiones y la acción. En esta capacidad, el Proyecto proporciona investigación, análisis, conocimientos técnicos y asesoramiento en promoción estratégica a numerosas organizaciones internacionales. Proyect Dryad codirige la Secretaría de la Iniciativa de los Derechos Ambientales de los Niños (CERI), una coalición de múltiples integrantes que reúne a niños, juventud, sociedad civil, organismos de las Naciones Unidas, gobiernos, academia e instituciones bajo los auspicios del Relator Especial de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos y Medio Ambiente que busca asegurar el reconocimiento y la plasmación del derecho de los niños a un medio ambiente saludable.

Translation provided by the Interpreters’ Cooperative of Madison.